MICRORRELATOS LAGMANOVICH


DECLARACIÓN DE DESAMOR


Crees ser mi poema definitivo, pero solo eres una errata.
D. Lagmanovich.


El ASESINO


No mató por matar: es que se moría por matar.
D. Lagmanovich.


LITERAL


Mi mente es literal. Cuando les sugerí que probaran la fruta del árbol, quise decir exactamente eso. No es culpa mía si ellos tomaron mis dichos, inocentemente gastronómicos, en un sentido metafórico que irritó al dueño del jardín – dijo la serpiente.
D. Lagmanovich.


ESCRITURAS


La línea levantó la cabeza y me mordió la mano con que escribía. Comprendí que mi obsesión con el microrrelato era excesiva y me puse a escribir un cuento de extensión convencional. Un párrafo se enroscó y saltó hacia mí, hiriéndome en el calcañar con su cola ponzoñosa. Entonces me instalé en el territorio más conocido de la novela. Algunos capítulos suscitan mi desconfianza. Vivo inquieto, maquinando estrategias para proteger la yugular.
D. Lagmanovich.


EL MICRORRELATISTA


Tenía muy presente dos cosas: una, que el microrrelato debía ser no sólo breve, sino incluso hiperbreve; la otra, una frase de Miss Haley, quien había sido su jefa antes de casarse con Mister Davidson, según la cual – the best editing is editing out”, la mejor corrección consiste en eliminar. Colocó el borrador de su microrrelato en la pantalla del ordenador y comenzó a trabajar. Suprimió ante todo una serie de conectivos, por considerar que eran superiores a la yuxtaposición; hizo volar frases parentéticas, que nada agregaban a la trama (salvo sus opiniones personales, que no venían al caso); después comenzó a trabajar en el diseño de los personajes, eliminando toda referencia a sus atributos físicos, sus actividades anteriores o sus recónditos pensamientos. Por último redujo la extensión de los períodos, podando toda palabra superflua, pero resultó que varios de ellos, así deshidratados, eran innecesarios o redundantes, de modo que desaparecieron también. Sentía un placer creciente a medida que iba bajando lo que un maestro suyo había llamado el “tenor graso” del texto, reducido ahora a un solo párrafo. Breve pero sustancioso, pensó, entre la sequedad de Azorín y la belleza de un haiku, al tiempo que pulsaba una vez más la tecla suprimir. Hacia el atardecer de ese día, con un gran suspiro de alivio, dio fin a la tarea. El texto no tenía nada que envidiar a ningún dinosaurio ni a hombre invisible alguno. Estaba compuesto exactamente por tres palabras: “Érase una vez”.
D. Lagmanovich.


LA  HORMIGA ESCRITORA Y JERICÓ


La hormiga escritora se salvó del cataclismo e inmediatamente empezó a escribir un cuento en el que moría calcinado José Emilio Pacheco.
D. Lagmanovich.


 VIAJES DE LA HORMIGA ESCRITORA

Durante un tiempo la hormiga escritora se dedicó a los viajes. Pensaba que de ese modo podría escribir relatos apasionantes y ganar buen dinero sin tener que acudir ni al erotismo ni al análisis político, los géneros de moda. Sin embargo, los editores  –esos malditos-  se especializaron en rechazar sus originales. Alegaban por ejemplo, que las “tranches de vie” de la autora permanecían “demasiado a ras de tierra”,  y le recomendaban “elevar el nivel de su visión”. No sabiendo cómo hacer tal cosa desde su estatura de hormiga, la escritora se recluyó en su celda, lo cual la fue llevando a los textos autobiográficos. 
D. Lagmanovich. 


LA HORMIGA ESCRITORA COMO CELEBRIDAD


Una vez en su corta vida la hormiga escritora conoció las mieles de la celebridad. 
La habían entrevistado al azar, en la calle, con motivo de sus enigmáticas elecciones celebradas en Finlandia. La frescura de sus respuestas llamó la atención de los periodistas, y la invitaron a un programa televisivo de la hora del almuerzo. Allí estuvo acompañada por un campeón de lucha libre que aspiraba a la presidencia de la República; por un transexual que decía añorar su sexo primitivo, y por un sacerdote que, después de su reciente casamiento, había reconocido a varios hijos y solicitaba fondos para mantenerlos.
La conductora del programa – una rubia octogenaria- quiso saber cómo se constituían las parejas en el mundo de las hormigas. La escritora, tras calzarse los anteojos de pensar, se negó a responder, según dijo, “por motivos de decoro”.
Un corte publicitario permitió sacarla del estudio sin dar explicaciones a los televidentes. La hormiga escritora se retiro con cierta sensación de fracaso, pero fue ovacionada al llegar al hormiguero. Era la primera vez que un miembro de la comunidad a aparecía en televisión.
D. Lagmanovich.


LA HORMIGA ESCRITORA Y LA MUERTE

La hormiga escritora dejó preparado un libro titulado El amor, las hormigas y la muerte. Alcanzó a entregárselo a un editor, pero éste, que en su tiempo libre fabricaba hormiguicidas, la roció con el líquido letal. Con un leve cambio en el título, el libro alcanzo muchas ediciones y enriqueció  al editor, quien cobró religiosamente los derechos de autor.
D. Lagmanovich.


LA HORMIGA ESCRITORA Y EL AMOR

La hormiga escritora, cuyo sexo no nos consta, dijo alguna vez que sólo podía escribir cuando estaba enamorada. Por desgracia, no sabemos cuándo lo estuvo ni de quien. La enciclopedias actuales sólo consignan las fechas de su nacimiento y muerte, ambas en el mismo año. Hay quienes sostienen que debido a estas lagunas informativas nos hemos privado de conocer una maravillosa historia de amor.
D. Lagmanovich.


PROBLEMAS DE LA HORMIGA ESCRITORA

La hormiga escritora necesitaba un lugar adecuado para dedicarse a escribir su minificción. Intentó diversas estratagemas, pero chocaba siempre con el mismo inconveniente: la falta de privacidad resultante de los hábitos gregarios de su raza. Era claramente imposible llegar a ser célebre, si todo intento de escritura debía formularse en situación de hormiguero. Finalmente encontró una alternativa que unía lo útil a lo agradable: en lugar de crear, se dedicó a escribir sobre la vida íntima de los creadores. Creyó ser original, pero no reparó en que eso era lo que siempre habían hecho sus colegas humanos.
D. Lagmanovich.